Al distinguir Ferdinand de Saussure, en su Curso de Lingüística General, los complementarios conceptuales, lengua y habla, por un lado, y sincronía y diacronía, por otro, estableció el lingüista suizo el punto de partida y el límite de los estudios sobre la lengua: la visión histórica se complementaba – o se explicaba – merced a la actualización del sistema y al uso que los hablantes hacen del mismo.
La lengua española quedó fijada normativamente, como ya dije, a comienzos del siglo XIX; pero el crecimiento y la variación de una lengua se determina no por sus reglas funcionales sino por las aportaciones y las trasgresiones que sus hablantes – o sus escritores – son capaces de incorporar. De ahí que nuestra lengua haya seguido un derrotero semejante al de otras también fijadas: lo invariable es su base ortográfica y fonética (evidentemente también sus reglas gramaticales y el grueso del léxico); lo susceptible de variar pertenece a los planos gramaticales y léxicos, en esencia. Una de las grandes obras de la lexicografía de nuestro siglo XX, el Diccionario de uso del español (1967), obra de María Moliner (1900-1981), ponía en cuestión cierta herencia del purismo más acendrado y rígido al incluir entre sus entradas aquellas correspondientes a términos nuevos o neologismos.
La historia literaria de este siglo está marcada por las fechas de la contienda civil, de modo que todas las periodizaciones parten de un doble criterio: por una parte, el antes y el después del año de 1939; por otra, la agrupación selectiva de autores según los patrones canónicos del concepto de generación. En cuanto al primero, debe tenerse en cuenta que el final de la guerra supuso el advenimiento de una implacable depuración literaria en forma de censura, tanto personal como en cuanto a las obras, que respondía a los criterios conservadores, nacionalistas y católicos del orden que se impuso. A partir de 1939 existen dos expresiones literarias en lengua española (sin contar ahora la de los autores hispanoamericanos): la literatura oficial, escrita por autores afines al régimen franquista o por aquellos que sufren de forma más o menos lacerante su estancia en la Península; y, más allá de nuestras fronteras, la literatura de los exiliados, escrita y publicada en la mayor parte de los casos en tierras mejicanas (México y Argentina, sobre todo).
El final de la Guerra Civil es una frontera insalvable no sólo en lo social, sino también en lo artístico. Si una de las consecuencias de la anulación del régimen de libertades fue el exilio, otra fue la censura moral e ideológica que se aplica a la escritura, cuestión esta que llega – como no podía ser de otro modo – también a las traducciones. Y así como para Steiner, al estudiar la historia de la traducción deben contemplarse las necesidades y oportunidades psíquicas que determinan el acto de traducir, al circunscribirnos al siglo XX y a España han de tenerse en cuenta también los factores históricos señalados. Estas consideraciones nos llevan a distinguir los mismos períodos cronológicos para la traducción que los que vienen sirviendo para la literatura propia; es más, la razón en este caso se ve asistida por el hecho de que la literatura es susceptible de ser traducida es, en su producción original, ajena al proceso histórico sufrido por la comunidad que la recibe, pero no en cuanto a la palabra vertida. Dicho de otro modo: determinada literatura que por su contenido o ideología del autor está vetada en un período de censura (o sólo si es posible su difusión en el exilio) puede sufrir un doble condicionamiento: el de la realidad del autor y el de la realidad del país, mientras que una obra, pongamos por caso, francesa, padece el veto de la censura aun siendo ajena a la circunstancia histórica de la comunidad de la lengua de llegada.
Desde semejante punto de vista parece aceptable la tesis según la cual el estudio de la historia de las traducciones al español en el siglo XX debería distinguir al menos las tres franjas cronológicas citadas:
- 1900- 1939. (A)Traducciones realizadas por autores españoles (B) Traducciones realizadas por autores hispanoamericanos (sobre todo, en los casos particulares en que estas últimas se difundieron por España o sus autores las realizaron durante alguna estancia en la Península, siendo – como pueden ser, pues – obras recibidas que en algunos casos abren nuevas perspectivas estéticas en la lengua de llegada y sus escritores o que pueden resultar ajenas a las opciones, gustos y conocimientos de las literaturas foráneas que en un momento determinado manifiestan los españoles).
- Para el periodo 1939 -1975.
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- Traducciones realizadas por autores españoles en la Península (y, por lo tanto) aceptadas por el marco censorial).
- Traducciones realizadas por autores españoles en el exilio. Pudieran distinguirse aquí varias modalidades.
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- Trabajos puramente de encargo o profesionalizados
- Trabajos que revelan las opciones estéticas o ideológicas del traductor
- Traducciones clasificables en la amplia gama que se da entre las anteriores
- Traducciones realizadas por autores hispanoamericanos. Tanto las que abastecen el mercado literario del país o las que se difunden como las que revelan fidelidades estéticas o ideológicas).
- 1975- . Puede realizarse la distinción entre traductores españoles e hispanoamericanos; pero poca o ninguna será la información relevante en cuanto a la recepción de las obras, más allá de señalarse si se tradujo antes un libro en tal o cual país, las diferencias que puedan existir entre las versiones, etc.
Fuente: Aproximación a una historia de la traducción en España, José Francisco Ruíz Casanova
Paula Lara Domínguez
Docente y traductora
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